sábado, 9 de octubre de 2010

MI PRIMERA VEZ EN LA CAMARA DE BRONCEO

El gimnasio, uno de los lugares más calientes cuando se trata de ver masculinidad. Hombres van y vienen por doquier, algunos con mas músculos que otros, con mas testosterona que otros pero, como dicen por ahí, en la variedad está el placer.
Ahí estaba yo estrenándome en mi primer día de gimnasio y entrando a una sesión de trabajo de cardio de la cual estuve a punto de irme puesto que no daba inicio y el instructor no daba señales de vida. Justo en el momento en que me disponía  a salir, entro él. Un hombre trigueño, alto, esbelto, de músculos largos y marcados y de cabeza rapada; era como si uno de los tantos tipos que aparecen por ahí en las revistas estuviera justo en frente mío. La clase empezó y definitivamente me volví el asistente más fiel a semejante instructor.
Durante días intercambiamos miradas hasta que por fin un día se dirigió a mí, mientras estaba yo en el salón de pesas, para preguntarme si iba a entrar a su clase o no. Le explique que no tenía mucho tiempo y por eso no podía entrar; pero claro yo me moría de ganas de estar en su clase, ahora más que nunca dada la molestia que se había tomado en preguntarme.
El episodio sirvió para que nos acercáramos y las charlas se volvieran cada vez más largas y frecuentes y  los temas más insinuantes hasta que un día me dijo que por qué no íbamos juntos al baño turco que ofrecía el gimnasio en la terraza. Era imposible decir no, así que le dije que en media hora nos veíamos arriba. Serian esos los 3 minutos más eternos de toda mi existencia, pues por mi cabeza no pasaba otra cosa que tener a ese delicioso semental encima.
Pasada la media hora ahí estábamos los dos, en medio de ese caluroso ambiente donde la piel , el calor y el sudor se mezclan para dejar afloran todo tipo de fantasías y pensamientos morbosos. No pasaron 5 minutos para que el iniciara con el acercamiento y poco a poco rozar, cada vez con más insistencia mis piernas con las suyas y sus brazos y hombros con los míos, estaba tan caliente, no solo él por la temperatura de su cuerpo sino yo,  que no podía evitar ya la erección que me produjo tenerlo tan cerca.
Debido al vidrio característico de estos lugares, que deja ver desde afuera quienes disfrutan de tan encantadora temperatura, era obvio que no podíamos hacer más, así que la sugerencia vino de él y de nuevo no pude negarme;  él se disponía a enseñarme el cuarto de la cámara de bronceo.
Fue allí donde entramos y dimos rienda suelta a nuestra calentura. Por fin tenía mis manos en esos hombros redondos y definidos, por fin mi boca besaba esos gruesos labios, mi garganta se atoraba con su lengua  y poco a poco me deslizaba por su cuello, lamiendo su pecho, deteniéndome en sus pezones cada vez más duros y disfrutando de su delicioso vello. No podía deja de besar su pecho y sentir en mi cara sus marcados pectorales apretados contra mi, y sus vellos, abundantes pero cortos como cuando se rasuran y nacen de nuevo, raspaban mi rostro. Así descubrí que sus pezones eran un enorme punto de excitación para él, por lo que no dejaba de apretarme contra su torso mientras con su otra mano delicadamente acariciaba mi espalda y mi trasero. Cuando pude despegarme de su pecho de inmediato sus manos me llevaron con fuerza a meterme toda su verga en mi boca, la cual que se folló sin contemplaciones y con tal vigorosidad que todo el sudor de su cuerpo no dejaba de mojar mi cara. La respuesta a tanta estimulación no se hizo esperar y a los pocos minutos un caliente chorro de esperma explotó en mi cara y se deslizó por mi cuello; mientras eso ocurría mi verga también explotaba de placer.
Así fue mi primera vez en la cámara de bronceo un lugar, al igual que muchos del gimnasio, muy caliente. Eso sí, esa corta sesión fue solo el comienzo, después, en su apartamento, la faena seria completa pero eso se los cuento luego.